viernes, 18 de junio de 2010

La Relación Paciente Médico desde una Perspectiva Posmoderna: el diálogo como propuesta de relación

Cristián Neves Escaffi, MSc.

La relación médico-paciente ha sido una de las áreas que más ha cambiado en los sistemas de salud. Su variación ha consistido principalmente en el paso de la consideración del paciente como un pasivo a la consideración del paciente como cliente y consultante. Esta evolución ha aparecido en el contexto de cambios sociales y culturales en los cuales se ha llevado a cabo el cuestionamiento y redefinición de algunos conceptos como conocimiento, verdad, comunicación y experto. Estas nuevas consideraciones han cambiado la idea de ciencia, así como la práctica profesional, sobre todo en las denominadas ciencias humanas. De particular importancia para las ciencias médicas, nuevas perspectivas respecto de conceptos como normalidad, disfunción, enfermedad y patología marcan la pauta para revisar el encuentro médico desde un nuevo prisma.

La Psicología de la Salud es una disciplina que estudia los procesos de salud/enfermedad en los seres humanos de manera holística, y los sistemas de salud e instituciones que se han creado alrededor de este fenómeno. En palabras de Matarazzo (1982):

[Psicología de la salud]… es el agregado de las contribuciones educacionales, científicas y profesionales de la disciplina de la psicología para la promoción y mantención de la salud, la prevención y el tratamiento de la enfermedad, la identificación de correlatos etiológicos y diagnósticos de la salud y la enfermedad, así como de sus elementos relacionados, y el análisis y mejoramiento del sistema de salud y las políticas en salud (Mataeazzo, 1982, Pág. 3)

Una de las áreas de estudio que más inquietud ha generado en psicología de la salud es la relación médico-paciente y los procesos comunicacionales que ocurren en la consulta médica (Roter, D, 2000; Roter, D, 1999; Ong, L.M; de Haes, J.C; Hoos, A; Lammes, F, 1995; Hall, J; Roter, D; Katz, N, 1988). La literatura científica generada a partir de la relación entre médico y paciente da cuenta de las dificultades que ambos presentan a la hora de acordar un plan de trabajo. En este sentido Stewart et al (1979) muestra que un 54% de las quejas de los pacientes, y un 45% de sus preocupaciones no se hablan en la consulta, asimismo, Starfield y cols (1981) presentan evidencia que muestra que en el 50% de las consultas no existe acuerdo entre médico y paciente sobre el problema principal. En relación a la información dentro de la consulta, Byrne y Long (1976) muestran que en general gira en torno al médico, y además el lenguaje utilizado es muy técnico (Hadlow y Pitts, 1991), lo cual complica la comprensión y recuerdo de la información para los pacientes (Tucket y Cols, 1985).

La hipótesis central de este trabajo monográfico gira en torno a la praxis médica como un aspecto técnico, es decir, como un procedimiento preestablecido, una manera de hacer las cosas que da cuenta de procesos ético-políticos de mayor orden representados por una propuesta ontoepistemológica y paradigmática derivada del pensamiento moderno científico. Dos características de la medicina occidental moderna serán discutidas: la objetivación del sujeto y el cuerpo; y el uso de la estadística para determinar la normalidad, y con ello los conceptos mencionados la introducción. Bajo ésta hipótesis se propone el concepto de diálogo como posibilidad de relación en el contexto médico y la propuesta de la hipótesis médica como un diálogo dentro de un marco posmoderno.

A partir de esta hipótesis se podría suponer que una posición ontológica y epistemológica posmoderna por parte de los médicos facilitaría una posición en la relación más simétrica y colaborativa donde el saber del médico se pone en diálogo (hipótesis) con el saber del consultante, a diferencia de la relación desde una postura moderna, altamente tecnificada y con pasos preestablecidos, donde el médico utiliza a los consultantes para verificar sus hipótesis.

Esta hipótesis surge a partir del contexto laboral del autor, en el ámbito de salud pública y privada, extendida en centros de salud familiar (CESFAM), una consulta psicológica privada para personas diagnosticadas con enfermedades crónicas (en particular cáncer y VIH-SIDA), y docencia en contextos biomédicos.

Es habitual encontrar en esta práctica laboral personas diagnosticadas con enfermedades que no necesariamente se han expresado corporalmente – de forma sintomática – como el caso de la diabetes, hipertensión, VIH y algunas leucemias crónicas. Estas personas son derivadas a la consulta psicológica por profesionales del ámbito médico, quienes desean que los consultantes sigan los tratamientos que les han prescrito –, sin embargo, a menudo los consultantes no saben de que se trata el diagnóstico, o niegan tener la enfermedad diagnosticada, o simplemente sus creencias respecto de los síntomas no concuerda con la del médico tratante. En este sentido, la formación en psicología (al menos la del autor) tiende a legitimar el discurso médico por sobre el de los consultantes, formando una alianza indiscutida con el sistema de derivación – en este caso médicos -, asumiendo un diagnóstico como la única explicación para el malestar de los consultantes (y de paso aceptando la idea de que todas las personas diagnosticadas con algunas enfermedad deben pasar por una evaluación psicológica).

La postura crítica posmoderna puesta en acción en este contexto de trabajo implica cuestionar aquellos relatos que aparecen como los evidentes y válidos, en este caso los discursos médicos en relación al de los consultantes, considerándolos un relato más en el multiverso de relatos posibles. De aquí la idea de considerar el diagnóstico médico, y su discurso sólo como una hipótesis, sujeta a su valor de uso y puesta en relación con el consultante.

La idea del saber profesional como una hipótesis de trabajo, del diagnóstico puesto entre paréntesis y de la actitud dialógica colaborativa aparece hace ya algunos años en la psicología y en menor grado en la psiquiatría, sin embargo, surge como inquietud en el contexto de las enfermedades mentales, que en el sentido común occidental se encuentra sujeto a elementos subjetivos y no tangibles. Pero ¿Qué pasa con la res material de la cuál habla la medicina?, ¿Es posible entender el cuerpo, su funcionalidad y disfuncionalidad como una metáfora? y más aún, ¿Vale la pena pensar en términos hipotéticos respecto del cuerpo? ¿De qué manera cambiaría el sistema de salud poniendo en práctica éstas consideraciones?

Se hipotetiza que el cambio más importante como consecuencia de estas consideraciones es la recuperación de la persona en la gestión de su propia salud, dándole la misma importancia a los relatos personales sobre alguna condición, o sobre la interpretación de ciertos síntomas y signos que la del relato médico. Asumir el carácter hipotético del relato médico devolvería a las personas la experiencia de salud, y disminuiría el poder médico que define lo patológico, lo anormal, las conductas saludables, los hábitos indeseables, los problemas de salud, etc.

Durante Octubre de 2009 se realizó en Santiago de Chile un seminario donde se discutió sobre la inclusión del diálogo en la creación de políticas públicas en salud mental. El seminario tuvo una apariencia similar a una aporía ya que se levantaron muchos temas, se trató de conectar algunas ideas históricas referentes al uso de la política pública y su relación con la praxis, pero resultó muy complicado llegar a una conclusión, o a cerrar el tema de manera univoca. Pareciera que aquellas ideas dialógicas centradas en la relación con el otro están recién siendo tomadas en consideración para la salud mental, resultando aún novedosas en su aplicación, por lo que se puede esperar (en base a la evolución de las ciencias sociales en relación a las ciencias médicas) que la idea de diálogo – con todos sus implicancias – tardarán en aparecer en el ámbito de la salud física, por lo cual la presente monografía podría constituir un adelanto tentativo a tales consideraciones. Por mientras pareciera importante mantener una actitud posmoderna respecto al actual discurso médico imperante, y poner en diálogo ideas creativas que entren en relación con las ideas que sostienen el discurso médico, sobretodo en el proceso de formación tanto de profesionales del área social, como del área biomédica.

El encuentro médico: una mirada moderna cientificista

La medicina Occidental moderna se basa en métodos científicos para mejorar la salud de los seres humanos (Clifton-Soderstrom, 2003). Desde esta posición, el ser humano es concebido como la conjunción de dos sustancias: una pensante, y una material. Cada una, al ser entendida como esencia, se encuentra prescrita a ser entendida como ontológicamente diferente (Kottow y Bustos, 2005). El cuerpo humano se entiende desde una esencia material, por lo tanto, compuesta por cosas, que tienen longitud y peso, en otras palabras, que existen como materia.

El conocimiento (o la pretensión de conocimiento) de lo material es una idea heredada de la Ilustración (Pérez, 2009) y corresponde a una de las características esenciales de la modernidad. Esta es una de las líneas objetivas (en el sentido de meta) de la ciencia como empresa, y tiñe la profesión médica como una de las áreas de conocimiento del cuerpo como materia orgánica, bajo leyes físicas y químicas que sustentan su funcionamiento (Kottow y Bustos, 2003). Este acercamiento de la medicina como una disciplina que se apoya en las denominadas ciencias básicas es característica del operar cognitivo de los médicos, sometiendo al cuerpo a leyes generales de la materia, y con esto, objetivando al ser humano (Foucault, 1966).

El médico, siguiendo esta lógica, conoce el cuerpo humano y valida este conocimiento en la evidencia científica que da cuenta del funcionamiento organísmico en términos físicos y químicos. Este es un aspecto importante para la relación entre médico y consultante, ya que el saber médico que se encuentra sustentado por la evidencia emerge en esta relación como independiente del médico, por lo que la labor de éste es aplicarlo al cuerpo del consultante, posicionándose como el contenedor del conocimiento y el consultante como el objeto al cual le es aplicado ese conocimiento, definiendo la asimetría en la relación. Pero, ¿cómo el médico sabe?

Los avances en tecnología a partir del S.XIX han modificado la manera de experimentar y conocer el cuerpo humano. Si bien entre el S.XVIII y el XIX el método de observación directa y la disección de los cuerpos sin vida era la forma de conocer la anatomía humana, a partir del S.XIX se ha confiado más en los métodos indirectos de observación (a través de correlatos fisiológicos, imágenes computarizadas, etc.). En algunas publicaciones recientes se ha cuestionado esta forma de acercamiento a la anatomía humana, tanto en términos de localización (Uttal, 2001), como de argumentación lógica (Schwab, 2008). Importante para el objetivo de este trabajo son las consideraciones de Schwab (2008), que propone el conocimiento médico tecnológico como un acto de fe epistémica. Corriendo el riesgo de utilizar mucho espacio en este punto, se citará literalmente a este autor por la claridad del ejemplo:

Un amiga se hizo un test de VIH […] y el resultado dio negativo (dos veces), así es que podríamos decir que ella sabe que es VIH negativo. Por supuesto, la única razón que podríamos dar para decir que ella sabe es que la enfermera le dijo. La única razón para decir que la enfermera sabe es que el resultado del laboratorio así lo indica. El resultado del laboratorio lo indica porque el técnico de laboratorio hizo la prueba e interpretó los resultados. El técnico de laboratorio sabe porque aprendió a distinguir la densidad óptica (para el caso del test de ELISA), o los niveles de proteína (para el WESTERN BLOT) para diagnosticar positivo o negativo para los antígenos de VIH […] De acuerdo a una posición filosófica escéptica estándar mi amiga, la enfermera, y el técnico de laboratorio no pueden saber si el test de mi amiga dio negativo. Un número aparentemente infinito de dudas pueden emerger […] Ok, entonces, en ese sentido ella no sabe. Pero aún así nosotros podemos preguntarnos si es epistemológicamente responsable de decir que sabe. Esto es, ¿Tiene una buena razón para creer que es VIH negativo? Históricamente en epistemología, las buenas razones son descritas en términos de razones en primera persona como inferencias deductivas o inductivas y/o sensaciones y percepciones, y/o intuiciones. Desde esta perspectiva, mi amiga no tiene una buena razón para creer que es VIH negativa, tampoco la tiene la enfermera. El técnico de laboratorio, bueno, podría parecer que tiene una buena razón, pero ni siquiera él la tiene (Schwab, 2008, Pp. 302-03)

El aspecto central de este ejemplo es que caracteriza la operación de aquello que se conoce como algo en lo que se cree (de ahí la denominación fe epistémica). El médico, bajo este contexto de fe epistémica, sabe (o cree saber) lo que le ocurre al consultante, ya que es él o ella el o la que ha estudiado en la escuela de medicina y él o ella quién tiene el título universitario y la validación social para asumir ese saber; por supuesto, esta dinámica es complementada por la fe epistémica que le otorga el consultante al médico, enmarcando la relación en lo que Roter (2000) denomina una interacción paternalista.

Hasta acá se han analizado y criticado las ideas a la base del procedimiento mediante el cual el médico entiende el cuerpo, y los métodos de verificación de su observación e inferencias. A continuación se abordará una segunda característica de la mirada médica moderna: el diagnóstico. Implícito en la idea de diagnóstico se encuentra la idea de ver a través de, lo cual marca la pauta inductiva a partir de la cual el médico descubre lo que subyace los síntomas del consultante. Gran parte de este proceso médico está constituido por los criterios de normalidad como forma de contraste para la inauguración de una enfermedad (Kottow y Bustos, 2005).

Irónicamente, el concepto de normalidad no es unívoco, es decir, no todo el mundo entiende lo mismo cuando se define a alguien o a alguna situación de normal. Como se ha expuesto en párrafos anteriores, la discusión sobre la normalidad ha sido un tema importante en la evolución de la psiquiatría y la psicología, sin embargo, no ha sido extensivamente ni críticamente discutido en medicina. A partir de aquí uno podría preguntarse ¿Cuáles son los criterios de normalidad que se aplican en medicina?

El criterio estadístico de normalidad es el más utilizado en medicina debido a su objetividad y amplio consenso entre quienes lo aplican (de hecho existen tablas y normas en relación a este criterio para altura, peso, presión arterial, etc.). Básicamente este criterio consiste en acumular un número significativo de casos que permita realizar una ecuación matemática que admita – desde los propios juegos estadísticos – la generalización de datos a una población e incluso a un universo (el total de los casos que comparten una o más variables a consensuar) y el establecimiento de medias (promedios) y desviaciones aceptadas (normales) y no aceptadas (anormales) respecto de un valor promedio. Si bien, este criterio es defendido por su objetividad, nuevamente implica en su proceso decisiones respecto de los casos a tomar en cuenta, los métodos de medición (obtención de datos) y el establecimiento de desviaciones estándar – sin mencionar aquellos ajustes que se realizan cuando hay datos que se escapan por mucho a la media, denominados outliers. – . Otro argumento en contra de la objetividad del criterio estadístico es la siguiente idea: consideremos por un momento que aquello que es más habitual estadísticamente hablando es lo normal; entonces podríamos defender la idea de que las enfermedades cardiovasculares – primera causa de muerte en hombres y mujeres - o el cáncer – la segunda causa de muerte mundial – o el VIH son fenómenos normales; sin embargo, no son considerados tal, sino que son entendidos como patologías, enfermedades, que deben ser erradicadas. Lo anterior sostiene la idea de que el criterio estadístico tiene un componente ético-valórico importante, ya que en la consideración de normalidad hay un juicio de valor a la base. Asimismo, existe la premisa en general de que lo considerado normal es bueno y deseable, y lo anormal es malo e indeseable (Goic, 2000)

Este criterio de normalidad nuevamente coloca al médico por sobre el consultante en la relación ya que es el médico el que define la situación de normalidad estadística en la que se encuentra quien consulta, favoreciendo una relación en la que es el médico quién intenta definir la normalidad de la sintomatología -no considerando la valoración experiencial del síntoma por parte del consultante – haciendo del proceso diagnóstico un proceso de una vía, en el cual el médico participa en un rol evaluativo frente al consultante.

Otro criterio altamente utilizado en el mundo médico es el criterio ideal. Este criterio considera como normal aquello que se ajusta al modelo humano que es socialmente valorado como positivo y deseable. Si bien este es subjetivo y selectivo, se utiliza bastante en medicina, especialmente para distinguir de un modo operativo lo que es normal de lo anormal (Goic, 2000)

La normalidad ha sido también evaluada desde el criterio de la adaptabilidad, es decir, pone el acento en lo funcional, siendo más normal el sujeto que logra adaptarse mejor al medio o a las circunstancias adversas (Kottow y Bustos, 2005).

El uso de cualquier criterio de normalidad condiciona la relación con un otro. El aspecto evaluativo en la aplicación de la norma da cuenta de una complementariedad que pone al médico por sobre el consultante, incluso, en la misma sintomatología, en la experiencia fenomenológica de la persona, clasificándola de normal, o anormal, e incluso de patológica. El conocimiento del funcionamiento normal del cuerpo por parte del médico lo pone en una relación de privilegio respecto del consultante, quien se espera que asuma (comprenda) su propia experiencia a partir de las características médicas impuestas.

Hasta aquí, se ha argumentado en la línea de mostrar de una posición cosificante, y objetivista por parte del discurso médico, que, siguiendo a Foucault (1966), cumple con dos de los tres dispositivos modernos de objetivación, a saber, el conocimiento, en particular el científico-luminista y las relaciones de poder, caracterizadas por una posición asimétrica asumida por médicos y consultantes. El tercer dispositivo – la subjetivación – aparecerá con la revolución de las comunicaciones y los medios masivos, la renovación de los sistemas de salud y la inclusión del concepto de cliente y usuario en la práctica médica.

El encuentro médico: una mirada posmoderna centrada en narrativas

Una mirada posmoderna a la relación médico-paciente critica las formas modernas en las cuales se lleva a cabo el encuentro médico. Si bien, el contenido de los encuentros puede ser el mismo, lo que se intenta cambiar son las formas políticas de discurso que se ponen en juego (que se imponen) durante una sesión médica. Es importante destacar este aspecto, ya que no se intenta desconocer los avances que se han realizado, sino que revisar los supuestos que la han sustentado y hacer conciente – responsabilizándose de - los discursos (las voces) que aparecen en el encuentro con el consultante.

La argumentación propuesta en la primera parte de esta monografía sobre la mirada moderna del encuentro médico da cuenta de un proceso centrado en el médico, y en su habilidad para des-cubrir lo que subyace a la sintomatología, a partir de modelos ideales de funcionamiento del cuerpo, entendido como materia. En esta lógica se entiende al consultante como el recipiente de una disfunción, de una enfermedad que es necesario sanar. La mirada médica moderna se apoya sobre todo en criterios externos, con pretensiones de objetividad basadas en la observación directa o acumulación de evidencia para enfrentar al individuo enfermo.

La mirada posmoderna propone la metáfora del texto para el entendimiento en general. A diferencia de las analogías científicas (físicas y biológicas) que entienden la organización del todo a partir del funcionamiento de las máquinas (física y ciencias duras) o de los organismos (biología) (White y Epston, 1991)

La consideración del texto como metáfora central pone el acento en los relatos de las personas, y en las lecturas de los interactores, por lo que un método narrativo aparece como un acercamiento coherente para entender los procesos que ocurren en un encuentro médico.

Esta perspectiva del encuentro médico surge a partir de los años 60 con la aparición del paradigma biopsicosocial que entiende la enfermedad como un fenómeno complejo, en el cual se incluyen los aspectos psicológicos y sociales (Engel, 1977), abriendo paso a una re-consideración del paciente como un consultante o cliente (o usuario) y como parte esencial del encuentro médico.

Desde una perspectiva narrativa, la consulta médica podría entenderse como un encuentro social consensuado, que tiene consecuencias tanto para el cliente como para el médico. Si bien por definición el encuentro médico es asimétrico (por tanto un cliente consulta en un estado de dolor y preocupación, esperando ayuda o asistencia por parte del médico), esta asimetría no necesariamente implica una posición de poder, o la negación de la subjetividad de alguno de los participantes del encuentro, sino que más bien implica una posición colaborativa.

En general, el contexto donde se lleva a cabo esta interacción son las instituciones de salud. La interacción se inicia cuando una persona siente un malestar y asiste a la institución. La persona, en la lógica de la institución se identifica como paciente, y se relaciona con un miembro de la institución de salud, que en su condición de especialista, opera creando distinciones en la lógica del sistema para enfrentar el malestar del paciente y cumplir con el fin organizacional de la institución. De aquí emerge la relación médico-paciente, que desde la crítica posmoderna, es vista como un sistema social, en tanto el proceso de lo que ocurre es comunicacional, e involucra tanto al paciente como al médico, como actores sociales y como sistemas psíquicos.

En este contexto el malestar es la experiencia subjetiva vivida por el sistema paciente - lingüísticamente construida -, y la enfermedad, la abstracción construida por el sistema médico a partir de sus distinciones expertas (y socialmente validadas). En relación a este contexto, ¿Cómo se lleva a cabo performativamente la idea de una relación médico-paciente a partir de la crítica posmoderna?

Las ideas expuestas a continuación no son nuevas, más bien son una selección de ideas que forman parte de la tradición filosófica escéptica (Schwab, 2008), la medicina empírica, el análisis de los procesos de interacción cara a cara de Lévinas (Clifton-Soderstrom, 2003) y el concepto de diálogo propuesto por Bakthin (1984). El aspecto que comparten es la consideración de la relación como generadora de realidad, el respeto por la construcción social del conocimiento y la conciencia de las propias ideas, prejuicios y premisas sobre lo construido.

Fueron los metódicos escépticos los que por primera vez introdujeron la idea de semeosis – interpretación de signos del cuerpo, personales e históricos – como alternativa (o en oposición) al dogmatismo de la diagnosis – interpretación de lo invisible como causa de lo visible -, entendiendo que el conocimiento médico se inicia solamente a partir de los esfuerzos terapéuticos del médico, basados en un tipo de razonamiento que toma en cuenta las propiedades y características de cada persona. Este modo de razonar es denominado epilogismo, y consiste en tomar en consideración, negociar, y decidir deliberadamente en relación a la conversación entre el médico y consultante la propia intervención médica, en oposición al dogmatismo del analogismo (representada en el pensamiento lineal causal) (Zaner, 1990). Esta tradición escéptica perdió fuerza con el pensamiento de Galeno, y la medicina materialista. La recuperación de éstas ideas sobre el conocimiento médico, lleva a la distinción actual entre disease e illness[1](Kleinman, 1988), donde disease corresponde a la interpretación abstracta realizada por el médico, e illness a la interpretación experiencial del consultante. La consideración de estos conceptos influye sustancialmente la relación médico-paciente, ya que agrega la visión del consultante respecto de lo que lo lleva a consultar, desde sus propias explicaciones, siendo validadas en la relación con el médico y siendo negociadas en relación a sus ideas. La experiencia de enfermedad es compleja, modelada por muchos factores (edad, etapa de la enfermedad, prejuicios sociales respecto de la condición, etc.), y ninguna de ellos puede ser entendido separado del otro, ni de las relaciones entre esos factores y la persona, su entorno y la institución en donde se lleva a cabo el encuentro.

Sobre el disease, podría decirse que es más de lo mismo en relación a la mirada moderna, sin embargo, esta posición da un giro respecto de su predecesora en términos de que lo que el médico ve no se encuentra sustentado por la evidencia, sino que en base a la responsabilidad epistémica – fe epistémica – del médico, haciéndose cargo de la decisión ética-moral que hace al momento de proponer una hipótesis médica. Se entiende desde esta mirada que el consultante es más que un evento en un principio científico, incluso en aquellos casos en que pareciera que aquellos principios son operativos en esa persona en particular. Las enunciaciones en este contexto son sólo probables, y en todo momento están puestos en relación con la historia del consultante, los exámenes, y la dialéctica clínica.

Este punto es radical respecto de la mirada moderna: la patología y la intervención médica se constituye en el encuentro con el consultante, y no existe a priori de este, entonces, ¿Cómo se lleva a cabo este proceso?

Una de las posibles respuestas a esta inquietud proviene de Levinas (1969), cuyo pensamiento es un intento de subordinar el efecto que tiene la filosofía universalista sobre la relación ética existente entre una persona y otra. Toda la filosofía occidental (con algunas excepciones según Levinas) ha subvertido la relación ética con el otro poniendo a las personas dentro del sistema unificado de la ontología, negando a las personas su otredad, su alteridad. Desde Foucault (1966) la tendencia de una cultura basada en la idea de unificar la individualidad tiene como objetivo el poder, el control y la tiranía.

Para Levinas (1969) la relación con un otro es el fundamento del conocimiento humano, y no al revés. De aquí que una de las contribuciones más importantes de Levinas es la crítica a los sistemas de pensamiento que subyugan el conocimiento desde la ética por el teórico, sobretodo el científico.

En vez de universalizar la experiencia del consultante, los médicos deberían involucrarse en discursos constructivos y creativos, incluyendo sus propias narrativas con la de los consultantes. La necesidad de la inclusión de la voz del consultante es una respuesta a la imposición del lenguaje – realidad – científico a las experiencias de enfermedad – illness - que universaliza a las personas en categorías generales antes de entender sus especificidades (Clifton-Soderstrom, 2003).

Diálogo.

En este punto es de utilidad el concepto de diálogo. Para Bertrando (2009) corresponde a un modo de relación en sí, constituyendo el único modo de encontrarse con el otro a partir de la consideración mutua de extraños.

Para Bakthin (1984), la esfera dialógica es una relación que no encuadra completamente en sistemas lógicos, psicológicos o del lenguaje. Las relaciones dialógicas presuponen un lenguaje (o una semiótica) pero en el sistema de lenguaje (o en el sistema de signos) no existen.

Las relaciones dialógicas constituyen un tipo especial de relaciones semánticas, cuyos miembros sólo pueden ser enunciados completos (ya que el enunciado es la unidad básica de significado), tras los cuales existen – o potencialmente existen – sujetos, autores de esos enunciados. Sólo en la esfera dialógica las formas y posibilidades del lenguaje se vuelven reales. Las funciones del lenguaje ordinario se actualizan sólo en esta esfera, la del enunciado (Bakthin, 1984)

De aquí la importancia de la ética en el encuentro médico, en especial de una ética de responsabilidad (del propio enunciado), y una ética de aceptación (en tanto se entra al juego del diálogo con el otro). La noción de diálogo modifica fundamentalmente la forma – la estética – de la relación médico-paciente, ya que es el hombre como totalidad el que participa en este diálogo, pero el hombre es completamente expresivo hacia el exterior, y expresa con todo su posición en el diálogo; y en relación con el último sentido, y en relación con el otro, en toda expresión hacia afuera está la actitud hacia el otro, lo interno se encuentra con lo otro.

La palabra es acto ético, acción sobre el mundo y el otro, hace contraer una responsabilidad concreta y ontológica a la vez para con el mundo y el otro, y constituye en última instancia a la forma de ser y existir en el mundo.

Referencias

Bakthin, Mikael. (1984) Problemas de la poetica de Dostoievsky. Ciudad de México: Fondo de cultura latinoamericana.

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[1] En español no existe traducción para disease e illness, ya que ambas son definidas como enfermedad por lo que en adelante se utilizarán las palabras en inglés escritas en cursiva.

miércoles, 8 de julio de 2009

Distinciones en ramas de la psicología (y asociados) cuyo foco está puesto en la salud.
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Psicología de la salud: agregado de las contribuciones científica, profesional y educacional de la disciplina de la psicología para la promoción y el mantenimiento de la salud, la prevención y tratamiento de la enfermedad, y la identificación de correlatos etiológicos y diagnósticos de la salud, la enfermedad, y disfunciones relacionadas.
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Medicina Conductual: Campo interdisciplinario que aplica las teorías y técnicas de las ciencias conductuales para el tratamiento y prevención de la enfermedad.
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Salud Comportamental: Campo interdisciplinario que se focaliza conductualmente promoviendo buenos hábitos de salud y previniendo la enfermedadentre los que actualmente gozan de buena salud
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Medicina Psicosomática: Es una aproximación a la enfermedad que se basa en la hipótesis y observación de que los factores sociales y psicológicos juegan un papel en la predisposición, desencadenamiento y mantenimiento de enfermedades
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Psicología Médica: Abarca todos los conocimientos de la psicología útiles para el ejercicio de la medicina integral, particularmente los conocimientos sobre la personalidad del enfermo, la relación médico-paciente, la personalidad del médico, el diagnóstico personal y comprensivo de los procedimientos de curación psicológica o psicoterapia.
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Psicofisiología Experimental: Su objeto de estudio son las bases fiosiológicas de los procesos psicológicos.
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Psicología Clínica: Un campo que tiene como objetivo el estudio, diagnóstico y tratamiento de los problemas psicológicos, trastornos psicológicos o la conducta anormal
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Sociología Médica: Especialidad dentro de la sociología que estudia los factores y determinantes sociales de la salud y la enfermedad.
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Antropología Médica: Especialidad de la antropología que estudia los aspectos culturales de la salud y enfermedad.
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Medicina Preventiva: Se ocupa de impedir, a nivel individual, familiar y colectivo, la aparición, desarrollo y prolongación de las enfermedades transmisibles y no-transmisibles, manteniendo y promoviendo la salud por el diagnóstico, tratamiento precoz y rehabilitación, así como evitando y limitando las discapacidades que aquellos pueden ocasionar.
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Adaptado de Becoña, E., Vásquez, F., Oblitas, L. (2000) Psicología de la Salud. Barcelona: Editorial P y V

lunes, 6 de julio de 2009

Intervenciones psicológicas en el trabajo con personas con alzheimer y sus familias
Cristián Neves, M.A.
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El cambio epidemiológico hacia la adultez es un fenómeno mundial sin precedente, llegando en los países desarrollados a un incremento en tasa exponencial. Se estima que para el 2030 más de 70 millones de personas estarán sobre la edad de 65 años, y otros 9 millones sobre 80 años en Estados Unidos (Penedo & Dahn, 2006).
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El impacto de la edad en el estado de salud física es altamente variable, y comprender las diferencias individuales es un desafío para los profesionales de la salud en la actualidad, dada la complejidad de factores asociados en el proceso del envejecimiento, como factores genéticos, conductas de salud, exposición ambiental a tóxicos, y factores de tipo psicosocial.
Los adultos mayores reportan bajos niveles de control de su salud, autoeficacia y autoestima (Schieman & Campbell, 2001), asimismo, entre un 18 y un 26% de los adultos mayores definen su salud como “suficiente” o “pobre” (Penedo & Dahn, 2006).
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Aún cuando la vejez no es sinónimo de enfermedad, la mayoría de las enfermedades crónicas se manifiestan típicamente en la adultez tardía (por ejemplo enfermedades cardiovasculares y cáncer), asimismo, dos tercios de las personas con discapacidad diaria tiene más de 65 años (López & Crespo, 2007).
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El manejo de las enfermedades crónicas en adultos mayores puede disminuir la calidad de vida, reducir las oportunidades de interacción social, y alterar las percepciones de enfermedad. Una de las enfermedades crónicas más severas y prevalentes en los adultos mayores son las demencias (Penedo & Dahn, 2006).
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Las demencias.
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Las demencias están caracterizadas por el desarrollo de múltiples déficits cognitivos debido al efecto fisiológico directo de una condición médica, los efectos del uso continuo de sustancias, o múltiples etiologías (por ejemplo, la combinación de enfermedad cerebrovascular y enfermedad de Alzheimer) (APA, 2000)
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Las demencias incluyen trastornos conductuales y psicológicos, denominados síntomas psicológicos y conductuales asociados a demencia (SPCD). Estos SPCD son descritos como síntomas de trastornos de la percepción, del contenido del pensamiento, del estado de ánimo y de la conducta (Slachevsky & Fuentes, 2005). Entre los síntomas que se pueden encontrar en este cuadro están las alucinaciones, asociadas a ideas delirantes, disforia, ansiedad, irritabilidad, agitación psicomotora, síntomas neurovegetativos como pérdida del sueño y del apetito y apatía. Existe evidencia de que las manifestaciones neuropsiquiátricas, más que los trastornos cognitivos, motivan la consulta inicial de los pacientes con demencia (Slachevsky & Fuentes, 2005).
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Las demencias comparten sintomatología común, pero se diferencias en su etiología. El DSM IV-TR (APA, 2000) distingue las siguientes: demencia tipo Alzheimer, demencia vascular, demencia por VIH, demencia por trauma craneal, demencia por enfermedad de Parkinson, demencia por enfermedad de Huntington, demencia por enfermedad de Pick, demencia por enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, demencia por otras condiciones médicas, demencia inducida por uso de sustancias, y demencia por múltiples etiologías.
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La enfermedad de Alzheimer es la principal demencia en los adultos mayores (Donoso, 2003). La prevalencia de Alzheimer aumenta dramáticamente conforme aumenta la edad, creciendo a tasa de 0.6% en hombres, y 0.8% en mujeres a los 65 años, a 11% en hombres y 14% en mujeres a partir de los 85 años (APA, 2000).
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Desde un punto de vista anatómico, la enfermedad de Alzheimer se caracteriza por la pérdida de neuronas y sinapsis y la presencia de placas seniles y degeneración neurofibrilar. Clínicamente se expresa como una demencia de comienzo gradual y progresivo, que habitualmente se inicia con fallas en la memoria reciente y termina con el paciente postrado, totalmente dependiente (Donoso, 2003).
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La duración de la enfermedad de Alzheimer es variable. Se estima que la media de tiempo hasta la muerte es de 7 a 8 años, aunque existen casos en los que la persona ha sobrevivido hasta 15 años con la enfermedad (Donoso, 2003).
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El déficit cognitivo que caracteriza a las demencias es progresivo, con una pérdida de 3 a 4 puntos anuales en los instrumentos de evaluación neuropsicológica, como el Mini Mental State Exam (APA, 2000).
El déficit cognitivo progresivo va acompañado de las manifestaciones psicológicas y conductuales mencionadas anteriormente, lo que va coartando la libertad en la persona con Alzheimer, volviéndose cada vez más dependiente (Slachevsky & Fuentes, 2005)
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El rol del cuidador (caregiver).
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Cuidar a una población que envejece presenta un gran desafío, sobre todo cuando se presenta una enfermedad como la de Alzheimer, tanto para los profesionales de la salud, como para los familiares (Russel, 2001).
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Cuidar de un enfermo ha sido estudiado como una fuente de estrés compuesta por una combinación dinámica de experiencias y reacciones que impactan en la dimensión física, emocional, financiera, temporal e interaccional de una persona. El término “carga” da cuenta del peso en términos emocionales, psicológicos, económicos y sociales que trae el cuidar a una persona enferma que no se puede cuidar a sí misma (Anderson, Towsley, & Gaugler, 2004).
A pesar de los mitos culturales occidentales sobre “botar a los ancianos”, la realidad basada en los datos muestra que la mayoría de los adultos mayores con enfermedades (incluso enfermedades graves) son tratados y cuidados en sus casas, o en casas de familiares (López & Crespo, 2007; Russel, 2001). Estos cuidadores “informales” son en general el esposo(a), o los hijos(as) de la persona con Alzheimer (Russel, 2001).
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La literatura en enfermedades crónicas ha demostrado que las distintas enfermedades presentan diferentes “desafíos” psicosociales a las familias que tienen que ver con las características tanto de la enfermedad como de la familia (Rolland, 2000).
Las familias encargadas de cuidar a uno de sus miembros con Alzheimer sufren de múltiples estresores relacionados con la enfermedad que disminuyen el bienestar tanto del cuidador principal como de la familia en general (Clark & Bond, 2000). Estos estresores aumentan conforme va progresando la condición (Fung & Chien, 2002; Clark & Bond, 2000).
Los niveles de déficit funcional, habilidades de autocuidado, y el grado de problemas conductuales asociados al Alzheimer determinan las demandas para el cuidador. De esta manera, las limitaciones funcionales para realizar las cosas del día a día, y los problemas conductuales como agitación, y esconder cosas han sido descritos como los mayores predictores de “carga” para los cuidadores (Fung & Chien, 2002).
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A nivel individual, los cuidadores presentan usualmente problemas de salud como fatiga crónica, insomnio y fluctuaciones en el peso, así como también trastornos psiquiátricos como depresión y ansiedad, y problemas de tipo social, como constricción económica, aislación, reducción en la participación en actividades de tipo social , pérdida de amigos y pérdida del tiempo para sí mismos (Sorensen, Waldorff, & Waldemar, 2008; Russel, 2001; Clark & Bond, 2000). Asimismo, el rol de cuidador y sus estresores concomitantes están asociados a mayor riesgo de muerte en las personas que cuidan de sus familiares con demencia (Schulz & Beach, 1999). Estos resultados estarían mediados por efectos inmunológicos derivados del afrontamiento a situaciones de estrés crónico (Garand, Buckwalter, Lubaroff, Tripp-Reimer, Frantz, & Ansley, 2002).
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Estos riesgos de salud mental para los cuidadores persisten en el tiempo, y muestran estabilidad incluso después de la institucionalización del familiar, o la muerte del mismo (Mittelman, Roth, Coon, & Haley, 2004).
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A partir de una perspectiva de sistemas, y sabiendo que la mayoría de las familias decide cuidar a su pariente en casa, muchos investigadores han revisado el efecto de convivir con una persona con demencia en términos de las dinámicas familiares y cambios estructurales (Szinovacz, 2003; Fung & Chien, 2002; Russel, 2001; Clark & Bond, 2000; Rolland, 2000)
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A nivel de familia, se han estudiado las relaciones entre cuidador y paciente como sistema conyugal, sistema parental, y en las relaciones con los hijos y nietos.
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Algunos investigadores reportan que no siempre es uno, sino que son varios los miembros en una familia que participan del cuidado de un pariente con Alzheimer, y que las dinámicas familiares como conflictos derivados del cuidado, orientacion hacia el cuidado o el involucramiento de los miembros de la familia tienen una fuerte influencia en la percepción de carga para el cuidador y la decisión sobre el uso de servicios externos de cuidado para el enfermo (Szinovacz, 2003). Asimismo, características como eficiencia familiar, cercanía emocional, conflicto de roles o sentimientos negativos predicen la institucionalización del paciente, el uso de servicios de salud y el ajuste de la familia a la situación de cuidado (Beach, 1997).
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Otros estudios indican que las relaciones de los niños con sus padres se ven afectadas cuando uno de los padres asume el rol de cuidador. Creasey y Jarvis (1989), en base a un estudio de familias en las que el abuelo tenía Alzheimer, reportó que en las madres cuidadoras, los problemas relativos al cuidado afectan la relación de sus hijos con sus padres, y con sus abuelos con Alzheimer, mostrando el efecto sistémico del problema de los cuidados.
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El grado en que las familias coordinan y organizan sus percepciones y emociones sobre la situación de cuidar a un pariente influencia la adaptación familiar al cuidado de una persona con Alzheimer. Aquellas familias que tienen un bajo nivel de acuerdo presentan mayor tiempo al cuidado del pariente enfermo y reportaron mayores niveles de depresión que sus padres (las esposas de los cuidadores). Esta investigación demuestra la importancia de la integración familiar para el ajuste al rol de cuidador (Szinovacz, 2003).
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A partir de análisis cualitativos, Beach (1997) reveló consecuencias positivas y negativas del cuidado de los adultos con demencia en adolescentes. Entre las consecuencias positivas se encuentra un aumento en la empatía hacia los adultos mayores en general, mayor y mejor vínculo con los miembros de la familia (en especial la madre y los hermanos), e involucramiento en relaciones de pares que aprueban las actividades de este tipo. Los efectos negativos incluyen menor tiempo para la resolución de conflictos familiares, celos por parte de los adoelscentes por el cuidado del miembro enfermo y menor cantidad de visitas de amigos. Aquellos adolescentes que internalizaron la rabia hacia el paciente, tuvieron dificultades previniendo las reacciones del miembro cuidado y se vieron confrontados a más conductas violentas y vergonzosas por parte de su pariente con Alzheimer.
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Intervenciones para cuidadores de personas con Alzheimer.
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Las intervenciones para cuidadores de personas con Alzheimer se han enfocado principalmente en mejorar el estado emocional del cuidador, y retrasar la institucionalización del familiar con Alzheimer (López & Crespo, 2007). En general, las primeras intervenciones han consistido en la entrega de información, mientras que los enfoques más modernos han presentado estrategias y herramientas concretas de acción (coping) (Colling, 2004). Pocas intervenciones se han llevado a cabo dentro del contexto familiar, incluyendo a otros miembros que viven en la casa.
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Las intervenciones psicoterapéuticas han sido descritas como las más efectivas, y son, en general, programas compuestos por varias fases de orientación cognitivo-conductual, que incluyen entrenamiento en el control de la activación, reestructuración cognitiva, solución de problemas e incremento de actividades gratificantes (López & Crespo, 2007).
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Las técnicas más utilizadas son los grupos de discusión, role playing, lecturas de materiales y folletos, y presentación de materiales audiovisuales.
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Respecto a la duración de los programas, éstos van desde un único día hasta 36 meses, pero en la mayoría de los casos, especialmente en los tratamientos psicoterapéuticos, las sesiones se extienden por un plazo de 8 sesiones.
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En pocos estudios se muestra el valor del proceso de implementación. Las únicas referencias a proceso están indicadas en los niveles de adherencia a los programas, que en general presentan altas tasas de abandono y rechazo (López & Crespo, 2007).
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En relación a la efectividad de los programas, estos han demostrado ser eficaces en disminución de la ira y hostilidad, y en los trastornos psiquiátricos como la depresión y los trastornos ansiosos (López & Crespo, 2007; Colling, 2004; Curry, Bradley, & Robison, 2004; Schulz & Beach, 1999).
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Respecto a los distintos tipos de intervención, los datos indican que la psicoterapia consigue mejores resultados que la psicoeducación, especialmente en la reducción de la depresión, ansiedad, hostilidad, psicopatología en general y malestar ante problemas conductuales. Los efectos no parecen depender de la aplicación individual o grupal de las intervenciones, no obstante, las telefónicas obtienen peores resultados (López & Crespo, 2007).
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De esta manera, las intervenciones que logran peores resultados son los programas de respiro, los grupos de ayuda mutua y los programas psicoeducativos (López & Crespo, 2007).
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A partir de estos datos, surge la necesidad de desarrollar programas adaptados a las necesidades de los cuidadores, con una orientación psicoterapéutica en la que se proporcionen estrategias eficaces para el manejo del estrés ( a nivel individual), con habilidades para la comunicación (a nivel interpersonal), con guías para la adaptación familiar y estrategias concretas para tratar los aspectos conductuales asociados a la demencia.
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Satisfacción de los usuarios en la atención en salud
Cristián Neves, M.A.
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La satisfacción usuaria es definida como “ ... el grado de congruencia que existe entre las expectativas del usuario de una atención ideal en salud y la percepción de éste del servicio que recibió” (Arenas, Fuentes & Campos, 1993; Guzmán del Río, 1986; en Oliva & Hidalgo, 2004), es decir, la satisfacción del usuario se encuentra estrechamente relacionada con la medida en que los profesionales de la salud satisfacen las necesidades de los usuarios, como así también las expectativas que el usuario tiene respecto a su atención (Donabedian, 1980 en Hidalgo & Carrasco, 1999; Oliva & Hidalgo, 2004)
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Los sistemas de salud surgen a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, debido a presiones de carácter económico y sociales. Las demandas económicas exigían medidas de salud pública debido a la inserción en el comercio mundial, lo que exigía sanear los puertos a fin de favorecer la exportación y la circulación de los productos, como también poseer mano de obra en condiciones de realizar el trabajo. En el ámbito social, surgen instituciones de seguridad social que ofrecían servicios de salud, apoyados también por la iglesia y entidades de beneficencia, que otorgaban cuidados a los enfermos. Surge desde este contexto, el desarrollo del sector privado, dirigido a la población de mayores ingresos. En 1968, se instaura en Chile un seguro de libre elección del servicio medico para los empleados (SERMENA), constituyéndose como la primera manifestación de atención de las necesidades en términos de prestaciones de salud para la realidad Chilena. Conjuntamente, se crea también un seguro de accidentes y enfermedades laborales (MINSAL, 2002; 2002 b).
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Sobre estos cimientos de funda el Sistema de Salud en Chile, el cual se ha visto caracterizado por profundas inequidades, tanto en la cobertura como en la calidad de la atención. Estas desigualdades se potencian aún más con el surgimiento de las ISAPRES en los años 80'. Bajo este contexto, el desarrollo de la salud en Chile se ha visto acompañada por inmensas desigualdades sociales y por una mala calidad de la atención al usuario (MINSAL, 2002; 2002 b)
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Este contexto ha influido en una visión “industrializada” de la salud, enfocada bajo un marco capitalista, donde se ha ido dejando de lado el interés en la persona, y se ha centrado en los resultados. Sin embargo, este contexto a afectado la calidad de la atención, volviéndola mecánica y sin espacios para el usuario, afectando considerablemente, la satisfacción respecto a la atención de sus necesidades (Donabedian, A., 1993; Prieto, C., 2007)
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La reforma de salud (enviada al congreso en mayo del 2002) plantea que dentro de sus objetivos, destaca el mejorar el nivel de salud de las personas, pero que no es el unido objetivo del sistema de salud. Son objetivos también potenciar la equidad de los servicios, y mejorar la capacidad de responder y atender las necesidades de la población, basándose en el ámbito del respeto a su dignidad, autonomía y derechos (MINSAL, 2002 b). Es por esto, que en salud no se debe reducir al usuario como “consumidor”, ya que el usuario es también responsable de su salud (Donabedian, A., 1993; 2005; Prieto, C., 2007).
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Dentro de los valores generales del sistema de atención de salud, se encuentran la universalidad, integridad de la atención, calidad de la atención, equidad, solidaridad, cooperación e integración de un sistema basado en el concepto de redes. Por lo tanto, la calidad de la atención es hoy un ámbito relevante para la salud chilena, siendo entendida como la satisfacción de las personas, la mejora de la eficiencia y efectividad, desarrollo de la creatividad y la participación personal y comunitaria. Es en base a estas nuevas necesidades, que se instaura el Modelo de Atención Integral, propuesto por la Reforma de Salud, donde se pone el foco en las necesidades de la población (MINSAL, 2002 b)
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Los objetivos sanitarios para el año 2010 (MINSAL, 2002 b), son 1) Prolongar la vida saludable, y 2) Reducir las inequidades, donde se pretende disminuir las desigualdades en salud y proveer servicios de acuerdo a las expectativas de la población. Por lo tanto, la satisfacción del usuario, como un indicador de la calidad de la atención, se torna fundamental dentro de las necesidades de la salud en Chile.
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La satisfacción usuaria tiene estrecha relación con el concepto de “calidad”, definida por la OMS como un “alto nivel de excelencia profesional usando eficientemente los recursos con un mínimo de riesgos para el paciente, para lograr un alto grado de satisfacción de las necesidades de este y produciendo un impacto final positivo en salud” (Oliva & Hidalgo, 2004).
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Donabedian (1980; en Hidalgo & Carrasco, 1999) define la calidad de la atención en salud como “ el cambio en el estado de salud actual y futuro del paciente que puede atribuirse a la atención precedente en salud”, y plantea que la calidad de la atención se puede abarcar desde el esquema de estructura (Cantidad y calidad de los recursos humanos y materiales, y su organización), proceso (Actividades y decisiones realizadas para atender al paciente o población, y lo que los pacientes hacen en el curso de una determinada experiencia asistencia), y resultados (Variación del nivel de salud y satisfacción del paciente o población con relación a la atención recibida). También ha señalado tres elementos de la asistencia sanitaria, que son fundamentale para la calidad de la atención; dimensión interpersonal, dimensión técnica y el entorno. Por lo tanto, bajo la concepción de Donabedian, la satisfacción del usuario sería una de las resultantes dentro del modelo de calidad de la atención en salud (Donabedian, A., 1993; 2005)
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El concepto de “calidad percibida” se refiere a una evaluación general del usuario respecto de la excelencia de la atención, siendo por lo tanto una variable evaluativa, donde se debe considerar al usuario como único evaluador del servicio global que recibe, y que dicha evaluación dará pie a el grado de calidad percibida por el sujeto (Maceiras, L., 2002; Oliva & Hidalgo, 2004). Por lo tanto, dentro del concepto de calidad, es fundamental considerar la percepción que tienen los usuarios respecto de qué tan adecuados son los productos para satisfacer sus expectativas (Donabedian, A., 1993; 2005; Gotlieb, Grewal & Broen, 1994; en Oliva & Hidalgo, 2004; Guzmán del Río, E, 1986; Pascoe, 1983; en Oliva & Hidalgo, 2004)
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La calidad percibida por parte de los usuarios, se ve determinada por algunos factores determinantes de la satisfacción del usuario (Guzmán del Río, E, 1986; Jiménez y Villegas, M. et al, 2003; Oliva & Hidalgo, 2004; Seclén-Palacin J., et al., 2005). Entre estos es posible destacar la equidad de la atención, fiabilidad de la atención, efectividad de la atención, buen trato por parte del personal de salud, respeto por las características personales, entrega de información completa y verídica, continuidad del cuidado y confortabilidad y seguridad del entorno (Jiménez y Villegas, M. et al, 2003). Otros factores que también influyen el la satisfacción usuaria, tienen relación con el género del profesional que los atiende (Delgado, López-Fernández & Dios de Luna, 1993; Gold & Dole, 1989; en Oliva & Hidalgo, 2004), la especialidad del profesional (Bertakis, Callahan & Helms, 1998; Gold & Dole, 1989; en Oliva & Hidalgo, 2004), tipo de relación que se establece entre el paciente y el profesional (Anderson & Hinckley, 1998; Bertakis, Callahan & Helms, 1998; Koss & Rosenthal, 1997; en Oliva & Hidalgo, 2004), el tipo de enfermedad física y psiquiátrica que padece el usuario (Hermann, Ettner & Dorwart, 1998; en Oliva & Hidalgo, 2004), la cantidad de trabajo del profesional (Griffith, Wilson & Rich, 1998; en Oliva & Hidalgo, 2004), y la edad, sexo y nivel socioeconómico de los usuarios influyen en la actitud hacia la salud en general (Ross, Steward & Sinacore, 1993; Schufer, 1983; en Oliva & Hidalgo, 2004).
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Desde los planteamientos de la Reforma de Salud en Chile (MINSAL 2002; 2002 b; 2007), se desprende la relevancia de considerar la calidad de la atención, y la satisfacción del usuario respecto de la misma, ya que, desde un enfoque integral, ecológico y sistémico, se parte de la premisa de que la relación existente entre el usuario y los sistemas de salud es reciproca, donde los sistemas de salud son capaces de gatillar cambios en el continuo de salud y enfermedad del usuario, como el usuario capaz de gatillar cambios en los sistemas de salud y en su forma de funcionar (Hidalgo, C, & Carrasco, E., 1999). Debido a esta interacción reciproca y de retroalimentación, se da la posibilidad de modificar las debilidades y potenciar las fortalezas de los sistemas de salud, a partir de la evaluación realizada por los usuarios, respecto de la calidad de la atención recibida y sus expectativas respecto de dicha atención (Judge & Solomon, 1993; en Oliva & Hidalgo, 2004), lo cual permite a los sistemas de salud acercarse cada vez más a las necesidades y expectativas del usuario, lo cual se constituye como uno de los objetivos sanitarios propuestos por el MINSAL para el año 2010 (MINSAL, 2002; 2002 b)
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Sin embargo, al hablar de satisfacción usuaria y de su evaluación, nos encontramos con la dificultad para definirla operacionalmente (Oliva & Hidalgo, 2004), ya que no se cuenta con un marco teórico consensuado respecto de la satisfacción usuaria, por lo que al revisar investigaciones acerca de esta temática, se observa gran diversidad en cuanto al como definir operacionalmente la satisfacción usuaria y sus componentes. Debido a que la satisfacción del usuario pertenece a un ámbito evaluativo, y por lo tanto, subjetivo, respecto de los servicios entregados en salud (Donabedian, 1980 en Hidalgo & Carrasco, 1999; Guzmán del Río, 1986; Oliva & Hidalgo, 2004), se dificulta aún más el operacionalizar esta variable, ya que tal como se señaló anteriormente, influyen diversos factores en la satisfacción de los usuarios, y la percepción de la calidad de los servicios y de la atención, se verá moderada también por las historias de vida de los usuarios, y por las diversas expectativas que ellos tengan respecto de la atención en salud (Oliva & Hidalgo, 2004; Seclén-Palacin J., et al., 2005)
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Es de esta manera, que se torna indispensable el desarrollo de un marco conceptual en esta área, a fin de validar las percepciones del usuario de salud, respecto de la calidad de su atención, y así disminuir la brecha entre la atención entregada y las expectativas que el usuario pueda tener respecto a la misma.
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Es fundamental el considerar las opiniones de los usuarios en salud, respecto de los distintos programas destinados a la población, ya que es el usuario el que mejor sabe qué factores y dimensiones de la atención en salud es lo que lo mantiene cercano a los sistemas de salud, y que factores y dimensiones son los que lo hacen alejarse de él. Al mejorar los niveles de satisfacción de usuario respecto de la atención en salud, se potencia al servicio de salud como un factor protector para la comunidad, lo cual repercutirá necesariamente, en la salud y el bienestar de dicha comunidad.
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Esto implica, por parte de los funcionarios del área de salud, aprender a validad las opiniones del usuario y escuchar sus necesidades, junto con destacar la relevancia de su participación activa en los procesos de salud y enfermedad, tanto a nivel individual como colectivo.
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