miércoles, 8 de julio de 2009

Distinciones en ramas de la psicología (y asociados) cuyo foco está puesto en la salud.
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Psicología de la salud: agregado de las contribuciones científica, profesional y educacional de la disciplina de la psicología para la promoción y el mantenimiento de la salud, la prevención y tratamiento de la enfermedad, y la identificación de correlatos etiológicos y diagnósticos de la salud, la enfermedad, y disfunciones relacionadas.
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Medicina Conductual: Campo interdisciplinario que aplica las teorías y técnicas de las ciencias conductuales para el tratamiento y prevención de la enfermedad.
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Salud Comportamental: Campo interdisciplinario que se focaliza conductualmente promoviendo buenos hábitos de salud y previniendo la enfermedadentre los que actualmente gozan de buena salud
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Medicina Psicosomática: Es una aproximación a la enfermedad que se basa en la hipótesis y observación de que los factores sociales y psicológicos juegan un papel en la predisposición, desencadenamiento y mantenimiento de enfermedades
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Psicología Médica: Abarca todos los conocimientos de la psicología útiles para el ejercicio de la medicina integral, particularmente los conocimientos sobre la personalidad del enfermo, la relación médico-paciente, la personalidad del médico, el diagnóstico personal y comprensivo de los procedimientos de curación psicológica o psicoterapia.
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Psicofisiología Experimental: Su objeto de estudio son las bases fiosiológicas de los procesos psicológicos.
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Psicología Clínica: Un campo que tiene como objetivo el estudio, diagnóstico y tratamiento de los problemas psicológicos, trastornos psicológicos o la conducta anormal
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Sociología Médica: Especialidad dentro de la sociología que estudia los factores y determinantes sociales de la salud y la enfermedad.
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Antropología Médica: Especialidad de la antropología que estudia los aspectos culturales de la salud y enfermedad.
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Medicina Preventiva: Se ocupa de impedir, a nivel individual, familiar y colectivo, la aparición, desarrollo y prolongación de las enfermedades transmisibles y no-transmisibles, manteniendo y promoviendo la salud por el diagnóstico, tratamiento precoz y rehabilitación, así como evitando y limitando las discapacidades que aquellos pueden ocasionar.
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Adaptado de Becoña, E., Vásquez, F., Oblitas, L. (2000) Psicología de la Salud. Barcelona: Editorial P y V

lunes, 6 de julio de 2009

Intervenciones psicológicas en el trabajo con personas con alzheimer y sus familias
Cristián Neves, M.A.
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El cambio epidemiológico hacia la adultez es un fenómeno mundial sin precedente, llegando en los países desarrollados a un incremento en tasa exponencial. Se estima que para el 2030 más de 70 millones de personas estarán sobre la edad de 65 años, y otros 9 millones sobre 80 años en Estados Unidos (Penedo & Dahn, 2006).
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El impacto de la edad en el estado de salud física es altamente variable, y comprender las diferencias individuales es un desafío para los profesionales de la salud en la actualidad, dada la complejidad de factores asociados en el proceso del envejecimiento, como factores genéticos, conductas de salud, exposición ambiental a tóxicos, y factores de tipo psicosocial.
Los adultos mayores reportan bajos niveles de control de su salud, autoeficacia y autoestima (Schieman & Campbell, 2001), asimismo, entre un 18 y un 26% de los adultos mayores definen su salud como “suficiente” o “pobre” (Penedo & Dahn, 2006).
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Aún cuando la vejez no es sinónimo de enfermedad, la mayoría de las enfermedades crónicas se manifiestan típicamente en la adultez tardía (por ejemplo enfermedades cardiovasculares y cáncer), asimismo, dos tercios de las personas con discapacidad diaria tiene más de 65 años (López & Crespo, 2007).
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El manejo de las enfermedades crónicas en adultos mayores puede disminuir la calidad de vida, reducir las oportunidades de interacción social, y alterar las percepciones de enfermedad. Una de las enfermedades crónicas más severas y prevalentes en los adultos mayores son las demencias (Penedo & Dahn, 2006).
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Las demencias.
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Las demencias están caracterizadas por el desarrollo de múltiples déficits cognitivos debido al efecto fisiológico directo de una condición médica, los efectos del uso continuo de sustancias, o múltiples etiologías (por ejemplo, la combinación de enfermedad cerebrovascular y enfermedad de Alzheimer) (APA, 2000)
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Las demencias incluyen trastornos conductuales y psicológicos, denominados síntomas psicológicos y conductuales asociados a demencia (SPCD). Estos SPCD son descritos como síntomas de trastornos de la percepción, del contenido del pensamiento, del estado de ánimo y de la conducta (Slachevsky & Fuentes, 2005). Entre los síntomas que se pueden encontrar en este cuadro están las alucinaciones, asociadas a ideas delirantes, disforia, ansiedad, irritabilidad, agitación psicomotora, síntomas neurovegetativos como pérdida del sueño y del apetito y apatía. Existe evidencia de que las manifestaciones neuropsiquiátricas, más que los trastornos cognitivos, motivan la consulta inicial de los pacientes con demencia (Slachevsky & Fuentes, 2005).
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Las demencias comparten sintomatología común, pero se diferencias en su etiología. El DSM IV-TR (APA, 2000) distingue las siguientes: demencia tipo Alzheimer, demencia vascular, demencia por VIH, demencia por trauma craneal, demencia por enfermedad de Parkinson, demencia por enfermedad de Huntington, demencia por enfermedad de Pick, demencia por enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, demencia por otras condiciones médicas, demencia inducida por uso de sustancias, y demencia por múltiples etiologías.
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La enfermedad de Alzheimer es la principal demencia en los adultos mayores (Donoso, 2003). La prevalencia de Alzheimer aumenta dramáticamente conforme aumenta la edad, creciendo a tasa de 0.6% en hombres, y 0.8% en mujeres a los 65 años, a 11% en hombres y 14% en mujeres a partir de los 85 años (APA, 2000).
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Desde un punto de vista anatómico, la enfermedad de Alzheimer se caracteriza por la pérdida de neuronas y sinapsis y la presencia de placas seniles y degeneración neurofibrilar. Clínicamente se expresa como una demencia de comienzo gradual y progresivo, que habitualmente se inicia con fallas en la memoria reciente y termina con el paciente postrado, totalmente dependiente (Donoso, 2003).
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La duración de la enfermedad de Alzheimer es variable. Se estima que la media de tiempo hasta la muerte es de 7 a 8 años, aunque existen casos en los que la persona ha sobrevivido hasta 15 años con la enfermedad (Donoso, 2003).
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El déficit cognitivo que caracteriza a las demencias es progresivo, con una pérdida de 3 a 4 puntos anuales en los instrumentos de evaluación neuropsicológica, como el Mini Mental State Exam (APA, 2000).
El déficit cognitivo progresivo va acompañado de las manifestaciones psicológicas y conductuales mencionadas anteriormente, lo que va coartando la libertad en la persona con Alzheimer, volviéndose cada vez más dependiente (Slachevsky & Fuentes, 2005)
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El rol del cuidador (caregiver).
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Cuidar a una población que envejece presenta un gran desafío, sobre todo cuando se presenta una enfermedad como la de Alzheimer, tanto para los profesionales de la salud, como para los familiares (Russel, 2001).
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Cuidar de un enfermo ha sido estudiado como una fuente de estrés compuesta por una combinación dinámica de experiencias y reacciones que impactan en la dimensión física, emocional, financiera, temporal e interaccional de una persona. El término “carga” da cuenta del peso en términos emocionales, psicológicos, económicos y sociales que trae el cuidar a una persona enferma que no se puede cuidar a sí misma (Anderson, Towsley, & Gaugler, 2004).
A pesar de los mitos culturales occidentales sobre “botar a los ancianos”, la realidad basada en los datos muestra que la mayoría de los adultos mayores con enfermedades (incluso enfermedades graves) son tratados y cuidados en sus casas, o en casas de familiares (López & Crespo, 2007; Russel, 2001). Estos cuidadores “informales” son en general el esposo(a), o los hijos(as) de la persona con Alzheimer (Russel, 2001).
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La literatura en enfermedades crónicas ha demostrado que las distintas enfermedades presentan diferentes “desafíos” psicosociales a las familias que tienen que ver con las características tanto de la enfermedad como de la familia (Rolland, 2000).
Las familias encargadas de cuidar a uno de sus miembros con Alzheimer sufren de múltiples estresores relacionados con la enfermedad que disminuyen el bienestar tanto del cuidador principal como de la familia en general (Clark & Bond, 2000). Estos estresores aumentan conforme va progresando la condición (Fung & Chien, 2002; Clark & Bond, 2000).
Los niveles de déficit funcional, habilidades de autocuidado, y el grado de problemas conductuales asociados al Alzheimer determinan las demandas para el cuidador. De esta manera, las limitaciones funcionales para realizar las cosas del día a día, y los problemas conductuales como agitación, y esconder cosas han sido descritos como los mayores predictores de “carga” para los cuidadores (Fung & Chien, 2002).
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A nivel individual, los cuidadores presentan usualmente problemas de salud como fatiga crónica, insomnio y fluctuaciones en el peso, así como también trastornos psiquiátricos como depresión y ansiedad, y problemas de tipo social, como constricción económica, aislación, reducción en la participación en actividades de tipo social , pérdida de amigos y pérdida del tiempo para sí mismos (Sorensen, Waldorff, & Waldemar, 2008; Russel, 2001; Clark & Bond, 2000). Asimismo, el rol de cuidador y sus estresores concomitantes están asociados a mayor riesgo de muerte en las personas que cuidan de sus familiares con demencia (Schulz & Beach, 1999). Estos resultados estarían mediados por efectos inmunológicos derivados del afrontamiento a situaciones de estrés crónico (Garand, Buckwalter, Lubaroff, Tripp-Reimer, Frantz, & Ansley, 2002).
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Estos riesgos de salud mental para los cuidadores persisten en el tiempo, y muestran estabilidad incluso después de la institucionalización del familiar, o la muerte del mismo (Mittelman, Roth, Coon, & Haley, 2004).
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A partir de una perspectiva de sistemas, y sabiendo que la mayoría de las familias decide cuidar a su pariente en casa, muchos investigadores han revisado el efecto de convivir con una persona con demencia en términos de las dinámicas familiares y cambios estructurales (Szinovacz, 2003; Fung & Chien, 2002; Russel, 2001; Clark & Bond, 2000; Rolland, 2000)
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A nivel de familia, se han estudiado las relaciones entre cuidador y paciente como sistema conyugal, sistema parental, y en las relaciones con los hijos y nietos.
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Algunos investigadores reportan que no siempre es uno, sino que son varios los miembros en una familia que participan del cuidado de un pariente con Alzheimer, y que las dinámicas familiares como conflictos derivados del cuidado, orientacion hacia el cuidado o el involucramiento de los miembros de la familia tienen una fuerte influencia en la percepción de carga para el cuidador y la decisión sobre el uso de servicios externos de cuidado para el enfermo (Szinovacz, 2003). Asimismo, características como eficiencia familiar, cercanía emocional, conflicto de roles o sentimientos negativos predicen la institucionalización del paciente, el uso de servicios de salud y el ajuste de la familia a la situación de cuidado (Beach, 1997).
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Otros estudios indican que las relaciones de los niños con sus padres se ven afectadas cuando uno de los padres asume el rol de cuidador. Creasey y Jarvis (1989), en base a un estudio de familias en las que el abuelo tenía Alzheimer, reportó que en las madres cuidadoras, los problemas relativos al cuidado afectan la relación de sus hijos con sus padres, y con sus abuelos con Alzheimer, mostrando el efecto sistémico del problema de los cuidados.
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El grado en que las familias coordinan y organizan sus percepciones y emociones sobre la situación de cuidar a un pariente influencia la adaptación familiar al cuidado de una persona con Alzheimer. Aquellas familias que tienen un bajo nivel de acuerdo presentan mayor tiempo al cuidado del pariente enfermo y reportaron mayores niveles de depresión que sus padres (las esposas de los cuidadores). Esta investigación demuestra la importancia de la integración familiar para el ajuste al rol de cuidador (Szinovacz, 2003).
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A partir de análisis cualitativos, Beach (1997) reveló consecuencias positivas y negativas del cuidado de los adultos con demencia en adolescentes. Entre las consecuencias positivas se encuentra un aumento en la empatía hacia los adultos mayores en general, mayor y mejor vínculo con los miembros de la familia (en especial la madre y los hermanos), e involucramiento en relaciones de pares que aprueban las actividades de este tipo. Los efectos negativos incluyen menor tiempo para la resolución de conflictos familiares, celos por parte de los adoelscentes por el cuidado del miembro enfermo y menor cantidad de visitas de amigos. Aquellos adolescentes que internalizaron la rabia hacia el paciente, tuvieron dificultades previniendo las reacciones del miembro cuidado y se vieron confrontados a más conductas violentas y vergonzosas por parte de su pariente con Alzheimer.
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Intervenciones para cuidadores de personas con Alzheimer.
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Las intervenciones para cuidadores de personas con Alzheimer se han enfocado principalmente en mejorar el estado emocional del cuidador, y retrasar la institucionalización del familiar con Alzheimer (López & Crespo, 2007). En general, las primeras intervenciones han consistido en la entrega de información, mientras que los enfoques más modernos han presentado estrategias y herramientas concretas de acción (coping) (Colling, 2004). Pocas intervenciones se han llevado a cabo dentro del contexto familiar, incluyendo a otros miembros que viven en la casa.
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Las intervenciones psicoterapéuticas han sido descritas como las más efectivas, y son, en general, programas compuestos por varias fases de orientación cognitivo-conductual, que incluyen entrenamiento en el control de la activación, reestructuración cognitiva, solución de problemas e incremento de actividades gratificantes (López & Crespo, 2007).
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Las técnicas más utilizadas son los grupos de discusión, role playing, lecturas de materiales y folletos, y presentación de materiales audiovisuales.
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Respecto a la duración de los programas, éstos van desde un único día hasta 36 meses, pero en la mayoría de los casos, especialmente en los tratamientos psicoterapéuticos, las sesiones se extienden por un plazo de 8 sesiones.
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En pocos estudios se muestra el valor del proceso de implementación. Las únicas referencias a proceso están indicadas en los niveles de adherencia a los programas, que en general presentan altas tasas de abandono y rechazo (López & Crespo, 2007).
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En relación a la efectividad de los programas, estos han demostrado ser eficaces en disminución de la ira y hostilidad, y en los trastornos psiquiátricos como la depresión y los trastornos ansiosos (López & Crespo, 2007; Colling, 2004; Curry, Bradley, & Robison, 2004; Schulz & Beach, 1999).
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Respecto a los distintos tipos de intervención, los datos indican que la psicoterapia consigue mejores resultados que la psicoeducación, especialmente en la reducción de la depresión, ansiedad, hostilidad, psicopatología en general y malestar ante problemas conductuales. Los efectos no parecen depender de la aplicación individual o grupal de las intervenciones, no obstante, las telefónicas obtienen peores resultados (López & Crespo, 2007).
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De esta manera, las intervenciones que logran peores resultados son los programas de respiro, los grupos de ayuda mutua y los programas psicoeducativos (López & Crespo, 2007).
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A partir de estos datos, surge la necesidad de desarrollar programas adaptados a las necesidades de los cuidadores, con una orientación psicoterapéutica en la que se proporcionen estrategias eficaces para el manejo del estrés ( a nivel individual), con habilidades para la comunicación (a nivel interpersonal), con guías para la adaptación familiar y estrategias concretas para tratar los aspectos conductuales asociados a la demencia.
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Referencias
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Satisfacción de los usuarios en la atención en salud
Cristián Neves, M.A.
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La satisfacción usuaria es definida como “ ... el grado de congruencia que existe entre las expectativas del usuario de una atención ideal en salud y la percepción de éste del servicio que recibió” (Arenas, Fuentes & Campos, 1993; Guzmán del Río, 1986; en Oliva & Hidalgo, 2004), es decir, la satisfacción del usuario se encuentra estrechamente relacionada con la medida en que los profesionales de la salud satisfacen las necesidades de los usuarios, como así también las expectativas que el usuario tiene respecto a su atención (Donabedian, 1980 en Hidalgo & Carrasco, 1999; Oliva & Hidalgo, 2004)
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Los sistemas de salud surgen a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, debido a presiones de carácter económico y sociales. Las demandas económicas exigían medidas de salud pública debido a la inserción en el comercio mundial, lo que exigía sanear los puertos a fin de favorecer la exportación y la circulación de los productos, como también poseer mano de obra en condiciones de realizar el trabajo. En el ámbito social, surgen instituciones de seguridad social que ofrecían servicios de salud, apoyados también por la iglesia y entidades de beneficencia, que otorgaban cuidados a los enfermos. Surge desde este contexto, el desarrollo del sector privado, dirigido a la población de mayores ingresos. En 1968, se instaura en Chile un seguro de libre elección del servicio medico para los empleados (SERMENA), constituyéndose como la primera manifestación de atención de las necesidades en términos de prestaciones de salud para la realidad Chilena. Conjuntamente, se crea también un seguro de accidentes y enfermedades laborales (MINSAL, 2002; 2002 b).
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Sobre estos cimientos de funda el Sistema de Salud en Chile, el cual se ha visto caracterizado por profundas inequidades, tanto en la cobertura como en la calidad de la atención. Estas desigualdades se potencian aún más con el surgimiento de las ISAPRES en los años 80'. Bajo este contexto, el desarrollo de la salud en Chile se ha visto acompañada por inmensas desigualdades sociales y por una mala calidad de la atención al usuario (MINSAL, 2002; 2002 b)
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Este contexto ha influido en una visión “industrializada” de la salud, enfocada bajo un marco capitalista, donde se ha ido dejando de lado el interés en la persona, y se ha centrado en los resultados. Sin embargo, este contexto a afectado la calidad de la atención, volviéndola mecánica y sin espacios para el usuario, afectando considerablemente, la satisfacción respecto a la atención de sus necesidades (Donabedian, A., 1993; Prieto, C., 2007)
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La reforma de salud (enviada al congreso en mayo del 2002) plantea que dentro de sus objetivos, destaca el mejorar el nivel de salud de las personas, pero que no es el unido objetivo del sistema de salud. Son objetivos también potenciar la equidad de los servicios, y mejorar la capacidad de responder y atender las necesidades de la población, basándose en el ámbito del respeto a su dignidad, autonomía y derechos (MINSAL, 2002 b). Es por esto, que en salud no se debe reducir al usuario como “consumidor”, ya que el usuario es también responsable de su salud (Donabedian, A., 1993; 2005; Prieto, C., 2007).
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Dentro de los valores generales del sistema de atención de salud, se encuentran la universalidad, integridad de la atención, calidad de la atención, equidad, solidaridad, cooperación e integración de un sistema basado en el concepto de redes. Por lo tanto, la calidad de la atención es hoy un ámbito relevante para la salud chilena, siendo entendida como la satisfacción de las personas, la mejora de la eficiencia y efectividad, desarrollo de la creatividad y la participación personal y comunitaria. Es en base a estas nuevas necesidades, que se instaura el Modelo de Atención Integral, propuesto por la Reforma de Salud, donde se pone el foco en las necesidades de la población (MINSAL, 2002 b)
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Los objetivos sanitarios para el año 2010 (MINSAL, 2002 b), son 1) Prolongar la vida saludable, y 2) Reducir las inequidades, donde se pretende disminuir las desigualdades en salud y proveer servicios de acuerdo a las expectativas de la población. Por lo tanto, la satisfacción del usuario, como un indicador de la calidad de la atención, se torna fundamental dentro de las necesidades de la salud en Chile.
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La satisfacción usuaria tiene estrecha relación con el concepto de “calidad”, definida por la OMS como un “alto nivel de excelencia profesional usando eficientemente los recursos con un mínimo de riesgos para el paciente, para lograr un alto grado de satisfacción de las necesidades de este y produciendo un impacto final positivo en salud” (Oliva & Hidalgo, 2004).
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Donabedian (1980; en Hidalgo & Carrasco, 1999) define la calidad de la atención en salud como “ el cambio en el estado de salud actual y futuro del paciente que puede atribuirse a la atención precedente en salud”, y plantea que la calidad de la atención se puede abarcar desde el esquema de estructura (Cantidad y calidad de los recursos humanos y materiales, y su organización), proceso (Actividades y decisiones realizadas para atender al paciente o población, y lo que los pacientes hacen en el curso de una determinada experiencia asistencia), y resultados (Variación del nivel de salud y satisfacción del paciente o población con relación a la atención recibida). También ha señalado tres elementos de la asistencia sanitaria, que son fundamentale para la calidad de la atención; dimensión interpersonal, dimensión técnica y el entorno. Por lo tanto, bajo la concepción de Donabedian, la satisfacción del usuario sería una de las resultantes dentro del modelo de calidad de la atención en salud (Donabedian, A., 1993; 2005)
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El concepto de “calidad percibida” se refiere a una evaluación general del usuario respecto de la excelencia de la atención, siendo por lo tanto una variable evaluativa, donde se debe considerar al usuario como único evaluador del servicio global que recibe, y que dicha evaluación dará pie a el grado de calidad percibida por el sujeto (Maceiras, L., 2002; Oliva & Hidalgo, 2004). Por lo tanto, dentro del concepto de calidad, es fundamental considerar la percepción que tienen los usuarios respecto de qué tan adecuados son los productos para satisfacer sus expectativas (Donabedian, A., 1993; 2005; Gotlieb, Grewal & Broen, 1994; en Oliva & Hidalgo, 2004; Guzmán del Río, E, 1986; Pascoe, 1983; en Oliva & Hidalgo, 2004)
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La calidad percibida por parte de los usuarios, se ve determinada por algunos factores determinantes de la satisfacción del usuario (Guzmán del Río, E, 1986; Jiménez y Villegas, M. et al, 2003; Oliva & Hidalgo, 2004; Seclén-Palacin J., et al., 2005). Entre estos es posible destacar la equidad de la atención, fiabilidad de la atención, efectividad de la atención, buen trato por parte del personal de salud, respeto por las características personales, entrega de información completa y verídica, continuidad del cuidado y confortabilidad y seguridad del entorno (Jiménez y Villegas, M. et al, 2003). Otros factores que también influyen el la satisfacción usuaria, tienen relación con el género del profesional que los atiende (Delgado, López-Fernández & Dios de Luna, 1993; Gold & Dole, 1989; en Oliva & Hidalgo, 2004), la especialidad del profesional (Bertakis, Callahan & Helms, 1998; Gold & Dole, 1989; en Oliva & Hidalgo, 2004), tipo de relación que se establece entre el paciente y el profesional (Anderson & Hinckley, 1998; Bertakis, Callahan & Helms, 1998; Koss & Rosenthal, 1997; en Oliva & Hidalgo, 2004), el tipo de enfermedad física y psiquiátrica que padece el usuario (Hermann, Ettner & Dorwart, 1998; en Oliva & Hidalgo, 2004), la cantidad de trabajo del profesional (Griffith, Wilson & Rich, 1998; en Oliva & Hidalgo, 2004), y la edad, sexo y nivel socioeconómico de los usuarios influyen en la actitud hacia la salud en general (Ross, Steward & Sinacore, 1993; Schufer, 1983; en Oliva & Hidalgo, 2004).
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Desde los planteamientos de la Reforma de Salud en Chile (MINSAL 2002; 2002 b; 2007), se desprende la relevancia de considerar la calidad de la atención, y la satisfacción del usuario respecto de la misma, ya que, desde un enfoque integral, ecológico y sistémico, se parte de la premisa de que la relación existente entre el usuario y los sistemas de salud es reciproca, donde los sistemas de salud son capaces de gatillar cambios en el continuo de salud y enfermedad del usuario, como el usuario capaz de gatillar cambios en los sistemas de salud y en su forma de funcionar (Hidalgo, C, & Carrasco, E., 1999). Debido a esta interacción reciproca y de retroalimentación, se da la posibilidad de modificar las debilidades y potenciar las fortalezas de los sistemas de salud, a partir de la evaluación realizada por los usuarios, respecto de la calidad de la atención recibida y sus expectativas respecto de dicha atención (Judge & Solomon, 1993; en Oliva & Hidalgo, 2004), lo cual permite a los sistemas de salud acercarse cada vez más a las necesidades y expectativas del usuario, lo cual se constituye como uno de los objetivos sanitarios propuestos por el MINSAL para el año 2010 (MINSAL, 2002; 2002 b)
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Sin embargo, al hablar de satisfacción usuaria y de su evaluación, nos encontramos con la dificultad para definirla operacionalmente (Oliva & Hidalgo, 2004), ya que no se cuenta con un marco teórico consensuado respecto de la satisfacción usuaria, por lo que al revisar investigaciones acerca de esta temática, se observa gran diversidad en cuanto al como definir operacionalmente la satisfacción usuaria y sus componentes. Debido a que la satisfacción del usuario pertenece a un ámbito evaluativo, y por lo tanto, subjetivo, respecto de los servicios entregados en salud (Donabedian, 1980 en Hidalgo & Carrasco, 1999; Guzmán del Río, 1986; Oliva & Hidalgo, 2004), se dificulta aún más el operacionalizar esta variable, ya que tal como se señaló anteriormente, influyen diversos factores en la satisfacción de los usuarios, y la percepción de la calidad de los servicios y de la atención, se verá moderada también por las historias de vida de los usuarios, y por las diversas expectativas que ellos tengan respecto de la atención en salud (Oliva & Hidalgo, 2004; Seclén-Palacin J., et al., 2005)
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Es de esta manera, que se torna indispensable el desarrollo de un marco conceptual en esta área, a fin de validar las percepciones del usuario de salud, respecto de la calidad de su atención, y así disminuir la brecha entre la atención entregada y las expectativas que el usuario pueda tener respecto a la misma.
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Es fundamental el considerar las opiniones de los usuarios en salud, respecto de los distintos programas destinados a la población, ya que es el usuario el que mejor sabe qué factores y dimensiones de la atención en salud es lo que lo mantiene cercano a los sistemas de salud, y que factores y dimensiones son los que lo hacen alejarse de él. Al mejorar los niveles de satisfacción de usuario respecto de la atención en salud, se potencia al servicio de salud como un factor protector para la comunidad, lo cual repercutirá necesariamente, en la salud y el bienestar de dicha comunidad.
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Esto implica, por parte de los funcionarios del área de salud, aprender a validad las opiniones del usuario y escuchar sus necesidades, junto con destacar la relevancia de su participación activa en los procesos de salud y enfermedad, tanto a nivel individual como colectivo.
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Bibliografía
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1 Médico Cirujanos egresados de la FMH-UNSAAC.2 Docente Principakl del Área de Salud Pública de la FMH-UNSAAC.
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Guzmán del Río, E. (1986). Satisfacción del usuario. EPAS, 11, 6-11.
Hidalgo, C. G. & Carrasco, E. (1999). Salud familiar: Un modelo de atención integral en la atención primaria. Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile.
Jiménez y Villegas, M. et al. Satisfacción del usuario como indicador de calidad. Revista Mexicana de Enfermería Cardiológica. Mayo- Agosto 2003, Vol. 11, Nº 2, Pp 58-65
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MINSAL. (2002)Hacia un nuevo modelo de gestion en salud”. Contenidos del Proyecto de Ley de Autoridad Sanitaria y Gestión en Salud Y de Medidas Administrativas Inmediatas
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MINSAL. (2007). Estudio Calidad de Servicio; Canal de atención presencial. Superintendencia de Salud.
Oliva, C., Hidalgo, C. Satisfacción Usuaria: Un Indicador de Calidad del Modelo de Salud Familiar, Evaluada en un Programa de Atención de Familias en Riesgo Biopsicosocial, en la Atención Primaria. Psykhe, nov. 2004, vol.13, no.2, p.173-186. ISSN 0718-2228.
Prieto, C. (2007). Discurso del Presidente del Colegio Medico del Valle en la Conmemoración del día Panamericano Del Medico 2007. Boletin Informatica y Salud. Santiago de Cali, Bogotá.
Rea C., Rea D. Responding to user views of service performance. Journal of Mental Health. August 2000, Vol. 9, No. 4, Pp 351-363
Seclén-Palacin J., et al. Satisfacción de usuarios de los servicios de salud: Factores sociodemográficos y de accesibilidad asociados. Peru, 2000. Anales de la Facultad de Medicina, Universidad Nacional Mayor de San Marcos. 2005, Vol 66, Nº 2, Pp. 127- 141.

sábado, 4 de julio de 2009

Psicología Clínica de la Salud
Cristián Neves, M.A.
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La ciencia y práctica de psicología clínica de la salud representa una de las expansiones más exitosas en la disciplina de la psicología en los últimos 30 años. Cada vez es más reconocido que "lo psicológico" tiene un rol importante en la condición de salud de los seres humanos, y que tomar en cuenta esos factores aumentará el bienestar y mejorará la calidad de vida de las personas.
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El Siglo XXI ya ha sido testigo de una cantidad asombrosa de desarrollo en el ámbito de la salud. Avances en biotecnología, genética y conocimiento en el manejo de sistemas de salud han provocado cambios profundos en lo que se ve como posible, e incluso deseable en salud. El rol de la psicología en este avance ha sido central, comprendiendo los factores que tienen un impacto en el proceso de salud-enfermedad, adherencia a los tratamientos, sistemas de creencias en salud, la relación entre familia y enfermedad, entre otros.
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Esta línea de la psicología de la salud surge con la aparición del modelo biopsicosocial, que considera los factores psicológico y social en relación a la salud humana. Este punto de partida es importante, ya que implica la superación de la visión cartesiana mente-cuerpo para abordar integralmente al ser humano como una unidad. Más aún, estudios en física cuántica sobre la noción de tiempo, y lo tangible de la materia, amplían más el espectro de lo relacionable a la salud humana, incluyéndo la relación entre el pensamiento, las creencias, y emociones con los procesos de salud-enfermedad.
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La perspectiva clínica en psicología de la salud tiene muchos enfoques (una cantidad considerable, mas no infinita) de los cuales han salido áreas de estudio muy interesantes, tales como la psicosomática (que data desde mucho antes que la psicología de la salud, muy influenciada por el psicoanálisis, y actualmente por la fenomenología), la medicina conductual y el análisis psicofisiológico (a partir de enfoques cognitivos -y conductuales- cientificistas), la fenomenología (a partir de miradas humanista y fenomenológica), el modelo de salud familiar (a partir de enfoques sistémicos), y en el último tiempo se ha notado cierta inquietud con la aplicación contextual de epistemología constructivista y construccionista al trabajo con personas en situación de enfermedad e instituciones asociadas.
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viernes, 3 de julio de 2009

Sobre la Psicología de la Salud
Cristián Neves, M.A.
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Psicología de la salud es el agregado de contribuciones educacional, científica y profesional de la disciplina de la psicología para la promoción y mantenimiento de la salud; la prevención y tratamiento de la enfermedad, la identificación de correlatos etiológicos y diagnósticos de la salud, enfermedad, y sus disfunciones relacionadas, y el análisis y mejoramiento de los sistemas de salud y políticas

(Matarazzo, 1980, 1982, 2001)


Esta es la definición clásica de psicología de la salud. La invitación es a invertirla, ponerla en duda, criticarla, jugar con ella, llevarla al límite, etc. La ventaja de hacer definiciones es que podemos ser concientes de nuestros límites, y nos permite cuestionarlos, con el fin de lograr una práctica libre.
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La psicología de la salud deriva de la Medicina Conductual, y se distingue de ella incluyendo factores cognitivos, afectivos, y sociales a la salud humana. Como psicólogos de la salud, estamos comprometidos con la investigación, práctica y educación en espacios comunitarios, clínicos, ocupacionales y sistemas de salud primaria, dedicándonos tanto a la salud como a la enfermedad (desde sus diferentes definiciones).
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Los desarrollos en el área han sido muy amplios - desde la psiconeuroinmunología y psiconeuroendocrinología a los determinantes sociales de la salud - y abarcan disciplinas que se alejan de la psicología, como la medicina, física, derecho e incluso arquitectura.
Espero que este blog se transforme en un espacio reflexivo, donde intentemos hacer de la práctica en salud un operar transdisciplinar, que integre los avances en todas las áreas de pensamiento contemporáneo.
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Referencias.
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Matarazzo, J.D. (1980) Behavioral health and behavioral medicine: Frontiers for a new health psychology. American Psychologist. 35, 807-817
Matarazzo, J.D. (1982) Behavioral health's challenge to academic, scientific, and professional psychology. American Psychologist. 37, 1-14
Matarazzo, J.D. (2001) Influences in the development of health psychology in the United States. Japanese Journal of Health Psychology, 14.